En mi proceso profesional personal, desarrollando mi labor de terapeuta holística, he identificado muchas fases de miedo.
La primera fase fue el miedo a mis propias capacidades, y se manifestaba con preguntas como ¿y tú quién eres, qué sabes? ¿De qué vas a hablar? Es gracioso porque con el paso del tiempo te das cuenta de que “no saber nada” y “ser nadie” es algo muy positivo en la escalera espiritual. Es decir, cuanto más subes, menos sabes (¡y menos quieres saber!).
La segunda fase fue el miedo a salirme de lo conocido y hablar de temas que nuestra mente racional pone en duda. En concreto me asaltaban preguntas del tipo: pero esto de lo que hablas, ¿está científicamente probado? Me imaginaba a toda la comunidad científica aporreando la puerta de mi casa para llevarme esposada. En un intento de parecer cuerda y creíble, durante una temporada me refugié en la física cuántica porque de alguna manera justificaba que no estaba en una secta y que había más «raritos» como yo.
La tercera fase sucedió cuando imaginaba que todos mis colegas de profesión y otros expertos que trabajan con la mente humana estaban al otro lado del ordenador llevándose las manos a la cabeza porque yo había decidido irme con mi guía interno y abandonar los libros que antes adoraba. Libros de fórmulas, procedimientos, etc.
Todas estas fases, que no son más que pruebas para reafirmar la confianza y seguir adelante, derivan en la que yo denomino «fase clave» del proceso. Como consecuencia de tensar tanto la cuerda del miedo, ésta se suelta lanzándote al otro extremo, que es el atrevimiento máximo. Te defiendes de todos esos dragones imaginarios llevando tus actos a la máxima expresión, sin filtros ni aderezos, hablando de aquello en lo que realmente crees porque lo has vivenciado. Hasta que te das cuenta de que no hay enemigos fuera, todo son voces en tu cabeza disuadiéndote para que abandones el camino menos transitado.
En este punto, ya has probado las mieles de lo alternativo, ya has tenido experiencias que no se pueden medir con ningún instrumento y ya has recibido mensajes inconfundibles de la melodía que te lleva a casa.
Tu casa no está en ningún lugar de este mundo, en ninguna opinión ajena, en ninguna crítica y tampoco en ningún halago. Y las puertas que se han cerrado tras de ti, ya nunca volverán a abrirse, porque no conducen a ningún sitio seguro.
Caminas de la mano de quien verdaderamente sabe, sin más expectativa que la de caminar.